Prefiero escuchar al otro, porque me desfanatizo

Si sólo me escucho a mí y a otras versiones de mí mismo, me fanatizo.
Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de desfanatizarme.

Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche.
Para eso no hace falta alzar la voz. Alzar la voz sólo hace
que yo me escuche más fuerte y me convenza de lo que digo, no que el otro me escuche.
Escuchar al otro no es tratar de convencerlo.

Escuchar al otro realmente es aceptar de arranque que puedo estar equivocado.
Equivocarse es válido, o mejor dicho, es natural e inevitable. Pero equivocarse no es sólo aceptar el error
luego de cometerlo; equivocarse es aprender a pensar que hoy, ahora mismo,
con lo que digo, con lo que pienso y con lo que hago, también puedo llegar a estar equivocado.

Para escuchar al otro no es suficiente nombrarlo, hace falta aprender cómo el otro se nombra.
Lo peor que podemos hacer es creer que por alguna circunstancia, alguna suerte, algún azar
que nos haya hecho vivir cierta cosa y al otro no, tenemos el derecho de
quitarle al otro la posibilidad de nombrar las cosas. Porque nunca hay quien lo haya vivido todo
y porque inevitablemente nombramos las cosas, más allá de que nos dejen o no decirlo.

El fanatismo no son las ideas extremas; no son sólo las guerras,
las matanzas, el terrorismo. Esas son las consecuencias.
El fanatismo es la lógica con la que operamos para llegar a esas ideas y actos;
es la ceguera que hace que pensemos
que no puede existir
otra verdad
más que la nuestra.
Es la soberbia. Es el egocentrismo.

Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de generar nuevas conexiones
entre esas puntas que parecían lejanas. Es la única manera de crear en conjunto.

Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche,
porque es la única forma de no fanatizarnos.
Es la única forma de no matarnos.

Herramientas para una vida sustituta: reflexiones sobre el Reality Show

Hace ya algunos años tenemos la oportunidad de presenciar un fenómeno único: las diferentes formas de vida sustituta. Aquella vida que no es la real, pero de la que somos protagonistas, y que, por su parte, aparenta ser la verdadera. La vida en la pantalla se asemeja tanto a la respuesta de las necesidades que como seres humanos tenemos, que cuesta diferenciar lo que es nuestra vida real a esta nueva, la que funciona como simulacro.

Gran Hermano fue emitido por primera vez en Holanda el 16 de septiembre de 1999, siendo luego adaptado en más de 70 países, y dando nacimiento al género Reality Show (aunque basado en plataformas similares que hasta ese momento se transmitían por televisión). El formato fue creado por el holandés John de Mol y desarrollado por su productora, Endemol. (El nombre del programa hace referencia a la novela que George Orwell publicó en 1949, Mil novecientos ochenta y cuatro).

En apariencia, Gran Hermano, propone una especie de experimento sociológico y psicológico sobre sus participantes. Luego de estudiar su formato y características, no dudamos que dicho programa televisivo sea un experimento; lo que nos preguntamos es sobre quién se está experimentando.

Reality Show: Gran Hermano

Una casa. 15 participantes. 90 días de convivencia. Decenas de cámaras y micrófonos registrando todo las 24 horas del día. Un programa de televisión en el cual los participantes deberán abandonar sus hogares, instalarse en una casa especialmente preparada para el experimento, e intentar pasar las distintas consignas para lograr sobrevivir y quedarse en el juego. Día a día los jugadores despiertan a una realidad distinta a la que estaban acostumbrados, tienen diferentes tareas para mantener la casa, y deben afrontar las pruebas semanales propuestas por el equipo de producción, que se dirige a ellos a través de la voz, nunca la imagen, del Gran hermano. Las pruebas son diseñadas para comprobar su capacidad de trabajo en equipo y su espíritu de comunidad. Los habitantes de la casa tienen un presupuesto semanal para adquirir comida y otros productos necesarios, que variará según superen o no las pruebas. Los concursantes permanecen aislados del mundo exterior, y por lo tanto tienen prohibido cualquier tipo de contacto con agentes externos (en la casa no hay televisión, radio, internet, música, libros o lápices), exceptuando la ayuda psicológica que ellos mismos requieran, y que recibirán, siempre en privado, en el confesionario. Pero por sobre todo, los concursantes tendrán que enfrentarse, por un lado, al desafío social de convivir con el enemigo, y por otro, a la sobreexposición de su privacidad.

Semana a semana, en el confesionario, cada participante vota a quién cree que debería abandonar el juego. Éste será el más débil a consideración de los demás, que retrasa o interfiere en la lucha del grupo por la supervivencia. O por el contrario, el jugador fuerte, que representa una amenaza para el resto de los participantes que desean ganar el juego. Las posibilidades pueden ser muchas y dependen en gran parte de las estrategias que se van configurando a lo largo del programa. El público espectador también aporta su voto para eliminar al personaje que no quiere ver más en su pantalla. Hasta que, al final, queda un solo jugador en la casa, ese será el sobreviviente. Y ganará (dependiendo en cada país) una buena suma de dinero y, seguramente, unos minutos de gloria en la televisión y en la fama de moda pasajera de hoy en día.

Pero aquí unos datos más:
– Los participantes son elegidos con precisión (por un equipo de televisión que busca el rating y, por lo tanto, el lucro).
– La casa está completamente equipada y acondicionada con la última tecnología, además de otros lujos como sauna, jacuzzi, suite VIP, etc.
– Los diálogos y monólogos de los participantes frente a la cámara, compartiendo sus sensaciones y pensamientos sobre los demás, no son más que guiones forzados por parte de la producción.

Entonces, tomémonos unos minutos para pensar en la naturaleza voyeurística del formato, donde los concursantes acceden voluntariamente a ceder su privacidad a cambio de la posibilidad de un premio; y en el poder que se nos adjudica a los espectadores dándonos la capacidad para decidir quién perturba en el organismo y debería ser expulsado del círculo social.

¿Estamos tan seguros que es sobre los participantes del programa que se está haciendo este experimento?

La vida sustituta

En Gran Hermano, podemos observar dos clases de fenómenos. El primero, desde el lado del que participa: la exhibición de lo privado, el hacerse ver, querer mostrarse y ser reconocido por las masas. El segundo, desde el lugar de quien observa, podemos separarlo en dos caras: la del púbico, en su búsqueda del aprendizaje social e identificación en lo que ve, en su fantasía y credibilidad con la vida en la pantalla, en su ficcional participación en la sociedad; y la del Ojo del Gran Hermano, en su intento de control social, de vigilancia y posición de poder. Estas dos caras de quienes “observan”, se asemejan al concepto de sinóptico de Bauman y al de panóptico de Michel Foucalt, respectivamente. El primer concepto implica que muchos pueden observar a unos pocos (el caso de los espectadores del Reality Show por sobre los participantes); en cambio, el segundo, se refiere a la vigilancia de unos pocos por sobre muchos (el Ojo del Gran Hermano que vigila a los jugadores). El mayor efecto del panóptico es la consciencia permanente, que posee el individuo observado, de que lo están vigilando (por más que no pueda verificarlo), y por ende la garantía del funcionamiento del poder.

Sinóptico: herramienta para la vida sustituta

El sinóptico, posibilita mirar a unos pocos, los cuales se convierten en modelos sociales. Éstos proveen normas para el comportamiento y fomentan una determinada imagen de lo que se entiende por ámbito privado. Nos proporcionan información sobre lo que es importante y lo que no socialmente.

Gracias a la tecnología de los grandes medios de comunicación de masas, el sinóptico permite que muchos sean capaces de mirar a unos pocos (en relación), que son el centro de la atención y que constituyen el modelo de realidad, de comportamiento y de normas sociales a seguir. Este modelo que observamos a través del sinóptico, está basado en el éxito (éxito, porque es reconocido por parte de las masas), y esto es lo que más aporta a nuestro deseo de alcanzarlo.

Podemos decir que en algún sentido el sinóptico invierte los términos en que Baudrillard explicaba que el simulacro traía espectáculo: el sinóptico convierte el espectáculo en simulacro, transformándose así en el modelo de nuestra vida sustituta.

El simulacro, de Jean Baudrillard

Simular es fingir tener lo que no se tiene. En este sentido, la simulación remite a la ausencia. En realidad, simular es más complejo que fingir, ya que fingir deja intacto el principio de realidad, mientras que simular altera lo verdadero y suele aparentar síntomas reales. Cuando la realidad se encuentra tan bien simulada, no se llega a distinguir elementos producidos de los auténticos. Incluso, si se puede crear un simulacro tan real, es que algo de verdadero tiene esa realidad producida.

La imagen puede: ser el reflejo de una realidad profunda; enmascarar y desnaturalizar una realidad profunda; enmascarar la ausencia de realidad profunda; no tener nada que ver con ningún tipo de realidad, ser ya su propio y puro simulacro. En cualquiera de los casos, aplicados a la imagen producida por los Reality Shows, el simulacro tiene el poder de hacer creer una realidad (esté ausente o presente). Es por la estrecha relación entre espectáculo y simulacro, que los medios de comunicación adquieren la capacidad de simular una realidad y hacérnosla creer.

Siguiendo con Jean Baudrillard, unas palabras que dedicó acerca de Gran Hermano (París, 2004): “Todo debe verse, todo debe ser visible y la imagen es, por excelencia, el lugar de esa visibilidad. Así, todo lo real debe convertirse en imagen, al precio de su desaparición. He allí la seducción y la fascinación de la imagen… el inmenso comercio de las imágenes demuestra una enorme indiferencia por el mundo real que termina no siendo más que una función inútil de él mismo, un ensamble de formas y eventos fantasmas… Un buen ejemplo de esta visibilidad forzada son las distintas versiones de Gran Hermano y todos los programas del mismo género, los Reality Shows. Allí donde todo se da a ver, nos persuadimos de que ya no queda nada por ver. Son el espejo de la banalidad y el grado cero. En ellos contemplamos una socialización virtual, forzada, que manifiesta la desaparición del otro como ser social. El mito de Gran Hermano, la visibilidad policíaca total que plantea la novela 1984, se transfiere al propio público que resulta movilizado como voyeur y juez al mismo tiempo. Más allá del control, los sujetos involucrados dejan de ser víctimas de la imagen, se convierten inexorablemente ellos mismos en imagen: son visibles a cada instante, están sobreexpuestos al foco de la información y se los obliga todo el tiempo a producirse, a expresarse… Una operación como Gran Hermano hace visible una imagen de certeza de la realidad, una transposición de la vida cotidiana, según el modelo dominante.”

La teoría crítica

Para la Escuela de Frankfurt, quienes aportaron su perspectiva crítica acerca de la comunicación de masas, el Reality Show como producción televisiva, formaría parte de la Industria cultural, en la cual la cultura equivale a mercancía, viviendo un proceso de transformación cultural en su contrario. En este sentido, el producto de los medios masivos de comunicación estandariza los gustos del público, ofrece estereotipos y baja calidad, y determina el consumo de la sociedad. Como consecuencia, el individuo es considerado como manipulado por los medios y acrítico a los valores impuestos por éstos.

En esta cultura de masas (la Industria cultural), el entretenimiento y la diversión ofrecidos por la televisión llevan a una total distracción de los individuos, es decir, a una fuga de la realidad. Es ahí cuando se da la posibilidad de adoptar lo transmitido como la sustitución a lo real. Si los medios de comunicación (los productos de esta industria) nos abren la puerta a olvidarnos y distraernos de nuestra propia vida, entonces adoptamos una vida sustituta, la que nos marcan por televisión.

Para ir cerrando…

Reality shows hay montones, líderes en esta era de la televisión. Los hay de baile, de canto, de supervivencia; tres meses encerrados en una casa o cincuenta días aislados en otro continente, y cada semana saliendo al aire para intentar no ser nominados. Eliminados por sus propios compañeros o siendo nosotros mismos los dueños de su destino, como si jugáramos un juego a control remoto.

Los participantes de este programa no son más que una herramienta, el experimento es sobre nosotros: los espectadores. Una sociedad que llega a idolatrar a alguien en 24 horas. Capaz de ver maratones de televisión para saber qué es lo que va a pasar con alguien que conocieron hace una semana, dos días y tres chismes. Teniendo el poder de decidir socialmente a quién queremos y a quién no con un solo mensaje de texto. Usando el derecho a votar más que en las mismas elecciones al gobierno y encima pagando por ello. Alentando la receta instantánea del ser popular sin tener que hacer nada demasiado trascendental. Es el fast food del reconocimiento. El que, por cierto, es en duración, directamente proporcional al tiempo que se tardó en alcanzarlo. Y así nos llenamos de líderes pasajeros que no tienen ningún mensaje.

El experimento es en nosotros, si queda alguna duda. Una sociedad casi entera simulando importante lo insignificante.


Bibliografía consultada:

Baudrillard, Jean: Gran Hermano, espejo de nuestra banalidad
Palabras dedicadas a Gran hermano, fueron pronunciadas por Jean Baudrillard el 19 de mayo de 2004, durante un coloquio en la École Normale Supérieure de París. Fuente: Radar – Página 12 / 11.03.07

Baudrillard, Jean: El crimen perfecto, entrevista para La Nación, julio de 2001. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=215483

Baudrillard, Jean: Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 1993

Baudrillard, Jean: La agonía del poder, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006

Dra. Eva Patricia Gil Rodríguez: Simulacro, subjetividad y biopolítica; De Foucault a Baudrillard, Universidad Autónoma de Barcelona, Revista Observaciones Filosóficas. http://www.observacionesfilosoficas.net/simulacrosubjetividad.html

Foucault, Michel: http://filosofia.idoneos.com/index.php/369888

Foucault, Michel: Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Siglo XXI
Editores Argentina, Buenos Aires, 2002

Wikipedia: Gran Hermano
http://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Hermano_(programa_de_televisi%C3%B3n)

Wolf, Mauro: La investigación de la comunicación de masas, Paidós, Barcelona – Buenos Aires – Mexico, 1987

Tengo un tema con el asunto de la verdad

Estoy muy confundida respecto a la verdad. Anteriormente, estaba más convencida de que no existe a que es una a averiguar. Pensaba que aún si unos pocos la supieran y otros, la mayoría, no… No podría calificarse como tal. Entiendo que el mundo está lleno de datos y que algunos tienen acceso a mayor y más profundos- Pero si todo lo que ocurre entre los seres humanos es construcción de ellos mismos, la verdad entendida como la posibilidad de que algo sea lo más real posible, no es más que una elaboración también.

Siguiendo esta lógica, me arriesgaba a pensar que no se puede acceder a la verdad a través del conocimiento ni del pensamiento. Ni siquiera a través del diálogo. Si al leer un titular de un medio gráfico lo tomamos como un reflejo de nuestra actualidad, ¿qué nos pasa cuando inmediatamente leemos un párrafo que lo contradice en otro periódico? ¿Cuál nos miente y cuál no? ¿O acaso ninguno está en lo cierto? Entonces, ¿en cuál información podemos confiar para entender nuestra realidad? Y ahí es cuando me invadía la sensación de que no la hay. Esa verdad no existe y probablemente ningún medio de comunicación la conozca tampoco.

Pero me surgió una reflexión que me dio vuelta un poco las cosas. ¿Por qué el hecho de que la verdad sea una construcción, una elaboración humana, la hace menos cierta? En vez de afirmar que no la hay, ahora tiendo a pensar que todo es verdad, absolutamente todo. No me estoy refiriendo a datos verídicos, a éstos sí que no podríamos acceder la mayoría de las personas casi nunca en nuestras vidas. Sino que, basado en esa idea del no acceso, todo lo que por ende construimos pasa a ser verdad. Puede llegar a ser cualquier cosa en la que elijamos creer, y que finalmente va a guiar nuestros valores y conductas de la misma manera en que lo haría cualquier dato certero.

Y ahí radica la magnitud de esa construcción. Nos pasamos la vida, la historia, elaborando ideas que sostengan nuestro accionar: religiones, creencias, mitos, análisis de la sociedad, noticias, textos, leyes, normas. Y empieza a parecerme menos relevante si son verídicas o no, para pasar a darle el lugar central a lo que generan esas verdades construidas. Y estoy segura de que son verdades, porque si pueden ser el fundamento de cualquier acción social, entonces son verdades.

Eso. Lo seguiré pensando. Pero creo que deberíamos cambiar el foco: en vez de entrar en el terreno de cuál es la verdad, pensar a toda construcción social como verdad y entonces cuestionarnos qué efectos producen esas verdades. Dicho de otra manera: cómo actúa una sociedad basada en ciertas noticias, en ciertos mitos, en ciertas creencias, en la construcción que cada grupo hace de su realidad.