Prefiero escuchar al otro, porque me desfanatizo

Si sólo me escucho a mí y a otras versiones de mí mismo, me fanatizo.
Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de desfanatizarme.

Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche.
Para eso no hace falta alzar la voz. Alzar la voz sólo hace
que yo me escuche más fuerte y me convenza de lo que digo, no que el otro me escuche.
Escuchar al otro no es tratar de convencerlo.

Escuchar al otro realmente es aceptar de arranque que puedo estar equivocado.
Equivocarse es válido, o mejor dicho, es natural e inevitable. Pero equivocarse no es sólo aceptar el error
luego de cometerlo; equivocarse es aprender a pensar que hoy, ahora mismo,
con lo que digo, con lo que pienso y con lo que hago, también puedo llegar a estar equivocado.

Para escuchar al otro no es suficiente nombrarlo, hace falta aprender cómo el otro se nombra.
Lo peor que podemos hacer es creer que por alguna circunstancia, alguna suerte, algún azar
que nos haya hecho vivir cierta cosa y al otro no, tenemos el derecho de
quitarle al otro la posibilidad de nombrar las cosas. Porque nunca hay quien lo haya vivido todo
y porque inevitablemente nombramos las cosas, más allá de que nos dejen o no decirlo.

El fanatismo no son las ideas extremas; no son sólo las guerras,
las matanzas, el terrorismo. Esas son las consecuencias.
El fanatismo es la lógica con la que operamos para llegar a esas ideas y actos;
es la ceguera que hace que pensemos
que no puede existir
otra verdad
más que la nuestra.
Es la soberbia. Es el egocentrismo.

Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de generar nuevas conexiones
entre esas puntas que parecían lejanas. Es la única manera de crear en conjunto.

Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche,
porque es la única forma de no fanatizarnos.
Es la única forma de no matarnos.

¿Qué pasaría…?

Propongo, al que esté dispuesto, un ejercicio de imaginación…

Tratá de despojarte por un minuto de prejuicios, de presupuestos y de esas concepciones tan arraigadas que tenemos hacia el entorno y hacia las cuestiones más básicas de la vida y pongámonos a pensar en lo siguiente:

Estás acostumbrado a levantarte todos los días, tomarte el desayuno y salir de tu casa para alguna actividad. Cuando abrís la puerta de tu casa para irte das por sentado que del otro lado va a haber un piso, aunque no lo veas antes de abrirla, repito, aunque no lo veas antes de abrir la puerta, estás seguro de que del otro lado va a haber un piso el cual pisar para continuar tu camino. Vas a la parada de colectivo y también estás seguro de que el bondi que te vas a tomar, por el número distintivo que tiene, te va a llevar al lugar que esperás. Y si vas en auto, no ponés en duda ni por un minuto que verde, rojo y amarillo siguen significando lo mismo que lo que significaron siempre. Saludás a una persona o preguntás la hora en la calle y antes de hacerlo das por hecho que ésta te va a contestar en tu idioma, que va a entender lo que le estás diciendo. Te comprás de camino una bebida en un quiosco y sabés que la podés pagar con esos papeles que llevás en la billetera, y también sabés que si el envase dice lima limón, va a ser una bebida con gusto a lima limón… nunca te imaginás que puede ser otra cosa, ni siquiera que puede llegar a ser algo que no sea comestible o peor, que sea una sustancia dañina para tu cuerpo. Llegás al trabajo y esperás que de alguna manera lo que estaba al día anterior siga estando ahí. Levantás el teléfono y esperás encontrar del otro lado a una persona. Prendés la televisión, abrís el diario, y asumís que te van a contar eso mismo que está pasando alrededor tuyo, que vos individualmente poco podrías conocer si no fuera por ellos. Pero asumís que eso que te cuentan es de alguna u otra manera lo que pasa. No ves en todo el día a tu familia, pero sabés que a la tarde llegás a casa y van a estar. Y ni te preguntás si tu casa sigue siendo en la misma dirección de la que te fuiste a la mañana. Das por sentado que estás viviendo un día nuevo, que el tiempo avanza hacia adelante; das por sentado que estás vivo, das por sentado que te llamás como creés que te llamás y que sos parte de la historia de la que creés que sos parte…

Cuántas cosas! ¿No? Y cuánto necesitamos creer y confiar para llevar a cabo nuestras vidas diarias…

Pido que me sigan, en este estado despojado, un rato más.

La pregunta necesaria es: ¿qué pasaría si un día te levantás y desayunás como todos los días, agarrás tus cosas, abrís la puerta de tu casa… pero del otro lado no hay ningún piso? ¿Qué pasaría si el colectivo tomó otro camino y terminás en un lugar desconocido; o si no aceptan tus billetes en el quiosco; si la gente te llama con otro nombre; si los autos avanzan en rojo y frenan en verde; o si sos testigo de una pelea entre un chico que duerme en la calle y un comerciante que quiere sacarlo a la fuerza de su vereda porque le trae mala imagen, y posteriormente ves la noticia en los diarios pero refiriendo al mismo hecho éstos dicen “joven quiso robar en un negocio y los vecinos se juntan para evitarlo”…? ¿Qué pasaría con todo ese mundo que creías de una manera y que estaba dispuesto de esa manera para que puedas transitarlo con seguridad?

Un poco más y termino…

¿Qué pasaría si un día te enterás que todo lo que creés verdadero, que todo por lo que luchás, que todo lo que defendés con tanta seguridad se vuelve diferente; si descubrís que estuviste apoyando ideas con las que quizás ni siquiera te involucrarías y sólamente por no haber ejercitado una herramienta tan simple como la pregunta, como la duda, por no haber sospechado nunca, ni un poquito, que las cosas pueden ser diferentes…

Termina el ejercicio. Volvamos a la vida que nos exige confianza.
La moraleja la dejo a su imaginación.

Defensa ciega

Cuando uno ve claramente que le mienten al otro lado, al de enfrente, al “opuesto”… ¿de qué modo le cabe pensar que a uno sí le cuentan la verdad? ¿No sería, en todo caso, un indicio de un manejo de la información más global, del cual también somos víctimas? ¿Por qué nos creemos enseguida poseedores de la verdad y no otro conjunto engañado por instituciones poderosas? Y más aún… ¿desde dónde defendemos luego esa verdad como propia y como más honesta que la del otro lado? Y, ¿qué somos capaces de hacer por esa verdad que nos inculcaron o que necesitamos conservar? ¿Cómo somos capaces de cargar un arma, justificar una guerra, acordar con una muerte, en pos de esa verdad?