Prefiero escuchar al otro, porque me desfanatizo
Si sólo me escucho a mí y a otras versiones de mí mismo, me fanatizo.
Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de desfanatizarme.
Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche.
Para eso no hace falta alzar la voz. Alzar la voz sólo hace
que yo me escuche más fuerte y me convenza de lo que digo, no que el otro me escuche.
Escuchar al otro no es tratar de convencerlo.
Escuchar al otro realmente es aceptar de arranque que puedo estar equivocado.
Equivocarse es válido, o mejor dicho, es natural e inevitable. Pero equivocarse no es sólo aceptar el error
luego de cometerlo; equivocarse es aprender a pensar que hoy, ahora mismo,
con lo que digo, con lo que pienso y con lo que hago, también puedo llegar a estar equivocado.
Para escuchar al otro no es suficiente nombrarlo, hace falta aprender cómo el otro se nombra.
Lo peor que podemos hacer es creer que por alguna circunstancia, alguna suerte, algún azar
que nos haya hecho vivir cierta cosa y al otro no, tenemos el derecho de
quitarle al otro la posibilidad de nombrar las cosas. Porque nunca hay quien lo haya vivido todo
y porque inevitablemente nombramos las cosas, más allá de que nos dejen o no decirlo.
El fanatismo no son las ideas extremas; no son sólo las guerras,
las matanzas, el terrorismo. Esas son las consecuencias.
El fanatismo es la lógica con la que operamos para llegar a esas ideas y actos;
es la ceguera que hace que pensemos
que no puede existir
otra verdad
más que la nuestra.
Es la soberbia. Es el egocentrismo.
Prefiero escuchar al otro, porque es la única manera de generar nuevas conexiones
entre esas puntas que parecían lejanas. Es la única manera de crear en conjunto.
Prefiero escuchar al otro y que el otro me escuche,
porque es la única forma de no fanatizarnos.
Es la única forma de no matarnos.