Papeles de la infancia
Debía tener alrededor de diez años cuando escribí en un papel una lista de profesiones que refería a todo lo que quería ser cuando fuera grande. Me preocupaba no tanto qué vaya a ser, sino más bien cómo hacer para lograr ser un poco de todo eso y no renunciar a ninguno de los ítems allí descriptos.
Eran doce. Doce profesiones y oficios para los cuales creía haber nacido. Psicóloga, guardaespaldas, científica, secretaria y bailarina de bailanta, eran algunos de ellos. Y cerraba esa lista con “ser feliz”, creyendo que debía ser lo más importante; porque me creía bastante piola resaltando eso por encima de otras cosas, pero también –supongo hoy– porque era producto de una infancia de principios de los ´90 que creció a la par de las telenovelas infantiles de Cris Morena, de ciclos televisivos como Un sol para los chicos, de padres que, para ser mejores que los suyos, nos pintaban un mundo hermoso y esperanzador, en el cual era posible un cambio…
Cambiar el mundo… otro capítulo de esta historia. Elija ser lo que fuere, estaba segura de que además, quería cambiar el mundo e iba a lograrlo. Creía, de manera totalmente narcisista, que el mundo estaba esperándome para que lo mejore, para que ayude a toda persona que lo necesitase, para que termine con las guerras, con la pobreza, con el hambre. Soñaba con una sociedad en la que no importe enriquecerse, sino contar con una educación, con comida y un techo. Esas ideas inspiraron mi primer y (casi) única canción compuesta, titulada “La plata no importa” y asentada en otro pedazo de papel de esa época.
Creo que con la adolescencia se intensificó esa necesidad de cambiar el mundo, aunque ya no tanto desde el cliché sentimental sino con un tono más de lucha social. Y realmente creí ser parte de eso con todas mis acciones, elecciones y trato hacia los demás y hacia el entorno. Vivíamos todo con pasión, jugando a ir a los extremos de nuestras capacidades, desafiando todo lo que se nos cruce, creyéndonos imparables y todopoderosos. Y es que algo de eso habrá, porque entonces hacíamos cosas para cambiar el mundo y que algún mundo habrán tocado.
A veces me pregunto qué pasaría si todos eligiéramos, finalmente, ser de grandes aquel o aquella actividad / profesión / vocación / oficio / pasatiempo / camino con el que sintiéramos que podemos cambiar el mundo. Sea el arte, el deporte, la medicina, la protección ambiental, el diseño, el periodismo, la cocina, el turismo, la carpintería, la política, la psicología, la química, la educación, la filosofía, el ocio, el entretenimiento, el comercio, la música… ¿cómo sería todo si al levantarse a la mañana cada uno fuera a hacer esa actividad, sin importar cuál, creyendo que a través de ella está cambiando, está mejorando, está salvando al mundo…?
¿Tiene algo de sentido o sigo siendo esa nena de fines de los ´90 que escribe sueños sobre papeles?